«1Q84» de Haruki Murakami, de los más vendidos en la Feria

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MURAKAMI1Es la más reciente obra del escritor Japonés y es cataloga como la mejor. Fue uno de los libros más vendidos en la Feria del Libro de Bogotá y aquí les compartimos un adelanto. ¡Disfrútenla!

AOMAME

No se deje engañar por las apariencias

La radio del taxi retransmitía un programa de música clásica por FM. Sonaba la Sinfonietta de Janá:ek. En medio de un atasco, no podía decirse que fuera lo más apropiado para escuchar. El taxista no parecía prestar demasiada atención a la música. Aquel hombre de mediana edad simplemente observaba con la boca cerrada la interminable fila de coches que se extendía ante él, como un pescador veterano que, erguido en la proa, lee la aciaga línea de convergencia de las corrientes marinas. Aomame, bien recostada en el asiento trasero, escuchaba la música con los ojos entornados.

¿Cuántas personas habrá en el mundo que, al escuchar el inicio de la Sinfonietta de Janá:ek, puedan adivinar que se trata de la Sinfonietta de Janá:ek? La respuesta probablemente esté entre «muy pocas» y «casi ninguna». Pero Aomame, de algún modo, podía.

Janá:ek compuso aquella pequeña sinfonía en 1926. El tema inicial había sido creado, originalmente, como una fanfarria para una competición deportiva. Aomame se imaginaba la Checoslovaquia de 1926. La primera guerra mundial había finalizado, por fin se habían liberado del prolongado mandato de la Casa de Habsburgo, la gente bebía cerveza Pilsen en los cafés, se fabricaban flamantes ametralladoras y saboreaban la pasajera paz que había llegado a Europa Central.

Hacía ya dos años que, por desgracia, Franz Kafka había abandonado este mundo. Poco después Hitler surgiría de la nada y, de repente, devoraría con avidez aquel bello país, pequeño y recogido, pero por aquel entonces nadie sabía aún que ocurriría esa catástrofe. La enseñanza más importante que la Historia ofrece a las personas tal vez sea que «en cierto momento nadie sabía lo que sucedería en el futuro».

Aomame se imaginaba el apacible viento atravesando las llanuras de Bohemia y, mientras escuchaba aquella música, reflexionaba sobre las vicisitudes de la Historia.

En 1926, el emperador Taisho– falleció y se produjo la transición a la era Sho–wa. En Japón también estaba a punto de comenzar una época oscura y abominable. El breve interludio de modernismo y democracia se terminó y el fascismo desplegó su poder. […]

–Tiene usted un buen coche, muy poco ruidoso –dijo
Aomame a espaldas del conductor–. ¿Qué coche es?
–Un Toyota Crown Royal Saloon –respondió lacónico el
conductor.
–La música suena nítida.
–Es un coche silencioso. Por eso lo elegí. Toyota tiene una
de las mejores tecnologías del mundo en lo que a insonorización
se refiere.

MURAKAMI4Aomame asintió y volvió a recostarse en el asiento. Había algo en la manera de hablar del conductor que la atraía. Hablaba como si siempre se dejara algo importante por decir.
Por ejemplo (y no es más que un ejemplo), como si no hubiera ninguna queja en cuanto a insonorización, pero el Toyota fallara en algo. Y cuando acababa de hablar, un pequeño fragmento de silencio locuaz se quedaba flotando en el estrecho espacio del vehículo, como una diminuta nube imaginaria.

De algún modo, provocó en Aomame una sensación de inquietud.
–Sí que es silencioso –opinó Aomame para alejar aquella nubecilla–. Además, el equipo estéreo parece de lujo.

–Me lo pensé dos veces antes de comprármelo –el tono del conductor sonó como el de un oficial del Estado Mayor retirado hablando de operaciones militares del pasado–. Pero como paso muchas horas dentro del coche, prefiero tener el mejor sonido posible y…
Aomame esperó a que siguiera hablando, pero no hubo continuación. Volvió a cerrar los ojos y a escuchar la música.

Desconocía qué tipo de persona había sido Janá:ek. De todos modos, estaba segura de que el músico nunca se habría imaginado que alguien, en el silencioso interior de un Toyota Crown Royal Saloon, en medio de un atasco terrible en la autopista metropolitana de Tokio, en 1984, escucharía la música que había compuesto.

Con todo, a Aomame le pareció extraño haber reconocido enseguida que aquella música era la Sinfonietta de Janá:ek.

¿Y por qué sabía que había sido compuesta en 1926? No era muy fan de la música clásica. Tampoco tenía ningún recuerdo personal relacionado con Janá:ek. Sin embargo, en el momento mismo en que escuchó las notas del inicio de la obra, diversos conocimientos le vinieron a la mente de forma automática.

Como si una bandada de pájaros entrara volando en una habitación por una ventana abierta. Además, aquella música provocaba en Aomame una sensación rara, semejante a una torsión. Sin dolor ni malestar. Tan sólo se sentía como si le estrujaran físicamente, de forma paulatina, todo el cuerpo.

Aomame desconocía el motivo. ¿Por qué le causaría la Sinfonietta aquella sensación inexplicable? […]
–A propósito –dijo el conductor volviendo un poco la cabeza hacia ella–, ¿tiene prisa?
–Tengo una cita en Shibuya. Por eso tomé el taxi en la autopista metropolitana.
–¿A qué hora es la cita?
–A las cuatro y media –afirmó Aomame.
–Ahora son las cuatro menos cuarto. No llegamos a tiempo.
–¿Tan grande es el atasco?
–Debe de haber un accidente enorme más adelante. Este tráfico no es normal. Hace ya un rato que apenas avanzamos.
A Aomame le extrañó que el conductor no escuchara la información vial por la radio. En la autopista se había formado
un atasco brutal que lo obligaba a quedarse parado. Normalmente, los conductores de taxi tienen una frecuencia exclusiva y buscan información.

–¿Cómo lo sabe, si no escucha la información vial? –preguntó Aomame.
–No me fío de esa información –dijo el conductor en un tono un tanto vacuo–. La mitad es mentira. La Corporación Nacional de Carreteras sólo informa de las buenas condiciones del tráfico. Para saber lo que ocurre ahora, no me queda más remedio que ver con mis propios ojos y juzgar con mi propia cabeza.

–Y según sus estimaciones, el atasco no se va a disolver con facilidad.
–De momento, es improbable –afirmó el conductor, asintiendo con calma–. Se lo puedo garantizar. Cuando está así de congestionada, la autopista es un infierno. ¿La cita es por algo importante?
Aomame pensó.
–Sí, muy importante. Es una cita con un cliente.
–¡Qué lástima! Lo siento mucho, pero tal vez no lleguemos a tiempo. […]
Aomame se apeó del taxi con el pequeño bolso bandolera de piel en la mano. Cuando se bajó del vehículo, el aplauso de la Sinfonietta seguía sonando en la radio. Se dirigió al espacio para evacuación en caso de emergencia, que estaba a unos diez metros más adelante, y caminó con precaución por el borde de la autopista. Cada vez que un camión de transporte pesado pasaba por el carril contrario, el pavimento temblaba por el efecto de la alta velocidad. Más que a un temblor, se parecía a una marejada. Como caminar por la cubierta de un portaaviones en un mar encabritado.

La niña pequeña del Suzuki Alto rojo asomó la cabeza por la ventanilla del asiento del acompañante y se quedó mirando a Aomame boquiabierta. Entonces se dio la vuelta y preguntó a su madre:
–¡Eh! ¡Eh! ¿Qué está haciendo esa chica? ¿Adónde va?
¡Yo también quiero salir! ¡Eh, mamá! ¡Yo también quiero salir!
¡Eh, mamá! –le pidió en voz alta insistentemente.

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La madre sólo negó con la cabeza, en silencio. Después echó una rápida mirada de reproche a Aomame. Sin embargo, aquélla fue la única voz que se oyó en los alrededores, la única reacción perceptible. Los demás conductores se limitaban a dar caladas a sus cigarros, fruncían ligeramente el ceño y la seguían con la mirada, como si vieran algo deslumbrante, mientras ella caminaba a paso ligero, sin titubear, entre el muro lateral y los coches. Era como si, de momento, se reservaran sus juicios. A pesar de que los coches no se movían, el que alguien caminara por el pavimento de la autopista metropolitana no era algo habitual. Requería algún tiempo asimilarlo y aceptarlo como un episodio real. Aún más teniendo en cuenta que quien caminaba era una joven con minifalda y zapatos de tacón.

Aomame caminaba con paso firme y decidido, con la barbilla erguida, la vista fija al frente y la espalda recta, mientras sentía en la piel las miradas de la gente. Los zapatos de tacón castaños de Charles Jourdan golpeaban el pavimento con un ruido seco y el viento mecía los bajos del abrigo. Ya había
comenzado abril, pero el viento aún era frío y contenía un presentimiento de agresividad. Encima del traje verde de lana fina de Junko Shimada, llevaba un abrigo de entretiempo beis y un bolso bandolera negro de piel
.

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