El Senador Juan Fernando Cristo habla de su libro «La guerra por las víctimas»

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Juan_fernando_cristoEl libro publicado por Ediciones B y presentado hace unos días en Bogotá, hace una radiografía sobre la discusión de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras.

Una constancia para la historia (I parte).

Pocos días después de la sanción de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, la ley 1448, hace exactamente un año, algunos amigos, al escucharme los relatos de los distintos episodios sucedidos durante los casi cuatro años de discusión y debates de la iniciativa en el Congreso, me sugirieron la importancia de escribir esta historia. El relato completo del nacimiento, muerte y resurrección de una ley que definitivamente está llamada a transformar la historia de este país y producir un sacudón en la estructura de la sociedad colombiana.

Poco a poco la idea fue madurando. Con la ayuda de un reducido grupo de jóvenes asesores de mi oficina en el Senado, me dediqué el segundo semestre del año anterior a recopilar toda la documentación relacionada con el trámite de la ley: desde la proposición presentada y aprobada para convocar un día nacional de solidaridad con las víctimas de la violencia el 24 de julio de 2007 hasta todas las actas de las sesiones del Congreso en las que se debatió la iniciativa, pasando por mi agenda personal para recordar reuniones, fechas, acuerdos y desacuerdos. Una vez organicé toda la documentación, decidí aislarme un mes completo, el de febrero, para dedicarme única y exclusivamente a escribir esta historia. Y debo confesar, que ha sido una de las tareas más apasionantes que haya emprendido en mi vida. También de las más útiles y dolorosas.

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Leí hace unos días en su columna de El Espectador a Ramiro Bejarano, quien afirmaba que el libro que ustedes tienen hoy en sus manos era una constancia histórica sobre la discusión de la ley de víctimas. El doctor Bejarano tiene toda la razón: es una constancia, especialmente, para 4 millones de compatriotas víctimas del conflicto. Es una modesta contribución a la memoria histórica del país. Un escrito para que las víctimas de ayer y de hoy conozcan la forma en que surgió la iniciativa, quiénes la impulsaron, quiénes se convirtieron en sus enemigos ocultos, cuáles fueron los principales debates que se dieron dentro y fuera del Congreso, por qué se adoptaron ciertas decisiones, cuándo y cómo se tomó la decisión de incluir el concepto de conflicto armado, en qué consistía el debate de la no discriminación a las víctimas y por qué se hundió la primera versión de la ley en la votación del acta de conciliación. Contar la historia se convirtió casi que en un deber moral con las propias víctimas que son sus más importantes protagonistas.

La idea de impulsar por fin en Colombia una ley que beneficiara a las víctimas y no a sus victimarios, de trabajar por saldar una deuda ética y moral de décadas, surge precisamente del dolor y la sensación de abandono de María Cecilia Mosquera, cuya familia fue quemada y desaparecida en un instante tras la tragedia de Machuca en Antioquia; de la tenacidad y bondad de Pastora Mira a quien misteriosamente la vida la puso a contar muertos de su familia; de Hisinia Collazos, la indígena del Alto de Naya, comunidad masacrada por los paramilitares, quien tuvo la fortaleza de enfrentarse a estos y a las FARC para preservar su dignidad y la de su familia tras el asesinato de su esposo. De Leyner Palacios quien todos los días se para a trabajar por su comunidad tras la espantosa masacre de Bojayá perpetrada por las FARC. De Ana Fabricia Córdoba quien en una audiencia en Medellín nos aseguró que la perseguían para asesinarla y cuya mortal advertencia, desafortunadamente, resultó cierta años después, como en la Crónica de una Muerte Anunciada de García Márquez.

Son ellas y ellos, protagonistas principales de esta historia, quienes nos conmovieron el alma desde Villavicencio hasta Quibdó; desde Valledupar hasta Pitalito, en las más de treinta audiencias públicas celebradas con más de 5.000 víctimas asistentes a lo largo y ancho de Colombia que acudieron a decirnos, con carácter y respeto a la vez, que se sentían abandonadas; que se sentían solas; que el Estado las revictimizaba. En fin, que no eran tratadas como ciudadanos de este país.

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