De
mi padre heredé dos cosas:
La voz y su gusto desaforado
por el alcohol. La primera me dió
dinero para vivir, la segunda casi me
lo quita. La primera aún la tengo pegada a mi garganta.
La segunda se ha ido esfumando con los años. Gracias a
Dios, diría mi mujer. La voz de mi padre era fuerte, potente
y grave. Como la mía y como ya casi lo es la de mi único hijo. Varela, el de Niche, lo escribió: “Aprende tu de mi
hasta la manera de mirar, que de mi padre yo aprendí
hasta la forma de caminar”. Oyendo a mi papá conocí la
voz. Y por ahí derecho la radio, su más costosa pasión.
Muy temprano la hice mía. Gracias a la radio, aunque en
esa época era “el radio”, me metí en el laberinto sonoro
de un instrumento convertido en medio, que permitió
que el mundo se desarrollara y se metiera en los circuitos
integrados, los algoritmos y los procesos informáticos que
han enloquecido a los terrícolas. Y en esta cada vez más
rápida carrera por ganarle al tiempo, la voz ha sido vital.
En la Asociación de Locutores, siempre hemos dicho
que la voz es emoción, paz y verdad. Yo le agrego: vida.
Por la voz, Abraham no mató a su hijo. Por la voz, María
supo que iba a ser mamá sin pecado original. Lo del pecado original es una pena porque no hay derecho a que algo tan placentero haya sido pecado desde el comienzo de
la carne y el hueso inteligentes. Con la voz, las guerras se inician o se terminan. Por la voz, la revolución mexicana tuvo historia para contar y cantar. Los corridos son eso,
una manera de propagar consignas, decisiones, órdenes. Y se llaman así porque esas razones corrían de un lugar para otro. Una voz le contó al mundo que el hombre había dado
el paso más grande en nombre de la humanidad. Gracias a la voz, la muerte es la prolongación de la vida. En fin, la voz, que debería ser un sexto sentido porque sin
ella la vida no tendría sentido, es la herencia genética más valiosa del género humano. Por eso, quienes la cultivamos
y quienes le rinden culto: locutores, cantantes, políticos, militares, etc. y oyentes de todo el planeta, sabemos que
sin ella no podemos vivir. Los únicos que lo creen, son quienes han atentado desde los monopolios y grandes
patronatos del desprestigiado cuarto poder, que poco a poco han ido deteriorando la estética de sus acongojados
productos radiales o televisivos. Quienes creen que la vida es la prolongación de la muerte y desde los medios
desembuchan torrentes informativos de nociva conclusión. Quienes no nos dejarán ninguna herencia porque su
mezquino cerebro solo alcanza para llenar el bolsillo. La voz es el éxtasis de Dios. Aunque no hayamos visto
a Dios, ¿quién no lo ha oído?
Que viva mi padre que me dió la voz. ¡Brindaré
por ello!
De mi padre heredé dos cosas: La voz y su gusto desaforado por el alcohol. La primera me dió dinero para vivir, la segunda casi me lo quita. La primera aún la tengo pegada a mi garganta.
La segunda se ha ido esfumando con los años. Gracias a Dios, diría mi mujer. La voz de mi padre era fuerte, potente y grave. Como la mía y como ya casi lo es la de mi único hijo. Varela, el de Niche, lo escribió: “Aprende tu de mi hasta la manera de mirar, que de mi padre yo aprendí hasta la forma de caminar”. Oyendo a mi papá conocí la voz. Y por ahí derecho la radio, su más costosa pasión. Muy temprano la hice mía. Gracias a la radio, aunque en esa época era “el radio”, me metí en el laberinto sonoro de un instrumento convertido en medio, que permitió que el mundo se desarrollara y se metiera en los circuitos integrados, los algoritmos y los procesos informáticos que han enloquecido a los terrícolas. Y en esta cada vez más rápida carrera por ganarle al tiempo, la voz ha sido vital.
En la Asociación de Locutores, siempre hemos dicho que la voz es emoción, paz y verdad. Yo le agrego: vida.
Por la voz, Abraham no mató a su hijo. Por la voz, María supo que iba a ser mamá sin pecado original. Lo del pecado original es una pena porque no hay derecho a que algo tan placentero haya sido pecado desde el comienzo de la carne y el hueso inteligentes. Con la voz, las guerras se inician o se terminan. Por la voz, la revolución mexicana tuvo historia para contar y cantar. Los corridos son eso, una manera de propagar consignas, decisiones, órdenes. Y se llaman así porque esas razones corrían de un lugar para otro. Una voz le contó al mundo que el hombre había dado el paso más grande en nombre de la humanidad. Gracias a la voz, la muerte es la prolongación de la vida.
En fin, la voz, que debería ser un sexto sentido porque sin ella la vida no tendría sentido, es la herencia genética más valiosa del género humano. Por eso, quienes la cultivamos y quienes le rinden culto: locutores, cantantes, políticos, militares, etc. y oyentes de todo el planeta, sabemos que sin ella no podemos vivir. Los únicos que lo creen, son quienes han atentado desde los monopolios y grandes patronatos del desprestigiado cuarto poder, que poco a poco han ido deteriorando la estética de sus acongojados productos radiales o televisivos. Quienes creen que la vida es la prolongación de la muerte y desde los medios desembuchan torrentes informativos de nociva conclusión.
Quienes no nos dejarán ninguna herencia porque su mezquino cerebro solo alcanza para llenar el bolsillo. La voz es el éxtasis de Dios. Aunque no hayamos visto a Dios, ¿quién no lo ha oído?
Que viva mi padre que me dió la voz. ¡Brindaré por ello!
– Texto tomado del Boletín La Voz de la ACL (Enero-Febrero 2012).